lunes, 14 de febrero de 2011

la muerte no existe I

Un hermoso bebé robusto ha fallecido en su cuna. Se ahogó mientras dormía con su propio vómito. Una anciana fenece dulcemente en su casa a una edad avanzada, y con una dulce sonrisa, mientras sus parientes agolpados a su alrededor contemplan su último suspiro. Un joven regresa de su fiesta de graduación la cual ha disfrutado enormemente al lado de sus compañeros, y la moto en que viaja se sale de la carretera al evitar a un camión que irresponsablemente trataba de adelantar a otro en una curva. Su muerte fue producto de los golpes, violento y rápido. En un hotel, un alto ejecutivo que se encontraba solo en la ciudad para un asunto de negocios, sufre de un repentino infarto, que lo deja sin vida después de breves minutos de un desgarrador dolor en el pecho. Una joven adolescente expira luego de una larga y penosa enfermedad que la había postrado en cama, consumiendo lentamente la mayor parte de su corta existencia. Un hombre deja una breve nota sobre su escritorio, y toma entre sus manos un arma adquirida por razones de seguridad, tiempo antes. Apuntando hacia su boca, jala el gatillo y se suicida luego de una imprevista quiebra financiera. Una hermosa joven mujer abandona el consultorio de su médico con una gran sonrisa, sabe que está esperando un bebé. Camina envuelta en sus pensamientos, que la trasladan hacia su esposo, que la ama, y que la verá más tarde ni bien llegue de la oficina; pero esto se ve interrumpido cuando ella muere asesinada en el estacionamiento por una bala disparada por un delincuente.
En la vorágine de acontecimientos que se dan en nuestra vida y alrededor de ella, hay veces que percibimos sutilmente la existencia de un Plan que lo tiene todo previsto. Y sin embargo, en otras ocasiones, pareciera que estamos sometidos a las inclemencias de la casualidad; a la acción desordenada de fuerzas que juegan con nosotros como un humilde pedazo de madera arrastrado por las poderosas corrientes de un río caudaloso contra el cual no podemos oponernos.
Sin embargo, ciertamente que hay un destino, una programación o acuerdo previo antes de nacer, en el que se nos compromete o nos comprometemos voluntariamente a hacer tal o cual cosa en la vida material; a lograr tal o cual objetivo o meta. O por lo menos intentarlo.
Todo cuanto se le asigna al individuo o se permite que le ocurra, aún lo más violento, está dispuesto para ayudarlo en su superación. Precisamente dependiendo de cómo enfrente la vida y las dificultades, ó como haga uso de las  facilidades que se le presenten dependerá su avance y crecimiento espiritual. En éste sentido la Muerte es sinónimo de cambio en un universo dinámico de transformación continua. La muerte no existe realmente como el final último de la vida, porque es simplemente un paso más, un cambio de traje, una iniciación a manera de investidura.
El ser humano en la vida es como un actor en una obra teatral, una vez que finaliza, el actor marca la distancia entre el personaje que le tocó vivenciar, y su individualidad como actor. No podemos identificarnos demasiado con el personaje, porque es meramente útil y transitorio. Y a un papel, le sigue otro y otro. En otro ejemplo la Muerte es como el examen final del curso escolar. Si uno ha estudiado, será algo fácil, sencillo, y nada complicado; tendrá unas lindas vacaciones y estará mejor preparado para el próximo año. Pero si uno no estudió durante el periodo que correspondía, saldrá desaprobado y tendrá que repetir el grado.
Ante la pregunta ¿por qué hay que morir? primero tendríamos que preguntarnos: ¿Por qué y para qué vivimos? Y si todo es aprendizaje ¿Un aprendizaje de qué y hacia qué? ¿Por qué al concebir nuestros padres fuimos nosotros los que llegamos y no otro? ¿Elegimos o fuimos elegidos? ¿Somos el producto del azar o de un destino predeterminado? ¿Cuál es el propósito de la vida más allá de la supervivencia de la especie? Buscando respuestas, tendríamos que hacer una inmersión dentro de cada uno donde esta toda la sabiduría acumulada.
Por lo mismo que somos creados, tenemos la capacidad de crear. Si uno no tuviese la oportunidad de llegar a conocer la esencia divina que hay dentro de cada cual, no podríamos llegar a conocer a Dios y sería un inútil camino sin regreso a casa. Por ello, hemos venido a conocer y a ser conocidos, que es lo mismo que decir que hay que recordar.
Si uno no muriese, si no tuviéramos un plazo, no valoraríamos la oportunidad que nos concede la vida para llegar a darle su justo valor a las cosas. Y es que todo tiene un tiempo y un margen para ser realizado. Cada plazo, como cada vida, es una oportunidad de realizarlo de tal o cual manera; experimentando y perfeccionamiento. Es un juego cósmico de alternativas, en dónde vamos ensayando diversas formas. Una aventura de crecimiento.
¿Pero somos acaso el  juguete de alguien? …De ninguna manera, nadie está jugando con nosotros. Somos el producto de un acto de amor, no sólo de nuestros padres, sino de la vida misma. Nadie quiere nuestro sufrimiento, ni hemos nacido para sufrir, sino para aprender y crecer en conciencia. Es cada uno el que tiene que aprender a jugar sin trampas,  disponiendo adecuadamente  su propio juego, jugarlo y disfrutarlo.
Decidiendo sobre nuestra vida.
¿Hemos tenido alguna participación en la decisión sobre nuestros nacimientos y sobre lo que será nuestra vida? …El orden de la energía en el universo apunta hacia la existencia y la perfección por la experimentación continua a través de las formas. A mayor conciencia mayor injerencia en la organización de nuestra aventura de vida y muerte, de nacimiento y renacimiento. Al principio uno no tiene la capacidad ni la posibilidad de decidir, porque es como el niño que es enviado por sus padres al colegio. Lo envían, considerando que es lo mejor para él, sin siquiera haberle consultado su parecer, por cuanto ellos saben que esa educación le permitirá algún día tener la capacidad de optar por sí mismo, el  cómo enfrentara las siguientes etapas. Así cuando éste niño crece, y llega a la adolescencia y a la juventud, se le debe ir dando un margen cada vez mayor como para que pueda decidir  por el mismo su futuro.
Los “Señores del Karma” ó “Guardianes del Destino” (que son unas entidades espirituales que rigen los nacimientos y encarnaciones), son los que asumen la condición de nuestros padres espirituales, dictaminando las circunstancias en las que vendremos a la vida, hasta que nuestro avance evolutivo nos permita negociar o decidir las condiciones de cada existencia.
A mayor avance evolutivos mayores serán nuestras posibilidades de intervenir en la programación de nuestras existencias.
La vida es una experimentación. Si uno sale reprobado en tal o cual aspecto o curso -por así decirlo-, deberá repetirlo hasta que lo supere. Pero no es un castigo, sino una nueva oportunidad.
Es cierto que existe una Ley de Causa-efecto, que hace que uno viva en carne propia las consecuencias de sus actuaciones buenas o desacertadas; pero el propósito no es hacer sufrir a nadie sino el crecer en conciencia.
Todos tenemos que pasar por todas las experiencias humanas, de tal manera que en una vida seremos hombres y en otra mujeres (porque el espíritu no tiene sexo); en alguna seremos pobres y en otras ricos; en alguna sanos y en otra enfermos; y así todas las posibilidades para que aprendamos a ser solidarios unos con otros.

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